"El Cielo del Mar"
Excerto
"...Era 26 de febrero del año del Señor de mil ochocientos
noventa y dos –año bisiesto, en el que era necesario ajustar el paso del tiempo
con el movimiento de la tierra. Pedro no pensaba en estas cosas. Era el patrón
de FUTURO y se hizo a la mar.
«Hijo... ¿me prometes que regresarás?», preguntó la madre
atormentada. «¿Me lo prometes?».
Él respondió que sí,
que a una madre se le promete todo para aliviar su angustia. Sobre todo se dijo
“sí” a sí mismo, porque todos los jóvenes se creen inmortales.
Zarpó, pero no se fue solo – más de cuarenta lanchas poveiras partieron también ese
día al conocido como mar da Cartola,
frente al puerto de Aveiro, en altamar, donde abundaban las merluzas en el
fondo marino.
El tiempo estaba despejado. Sólo había unos retales de
cenicientas nubes acariciadas por los vientos del noreste. Los mismos vientos
que henchían las velas e impulsaban las barcazas a contracorriente.
Al poco tiempo ya se encontraban muy lejos de la playa,
donde las familias siempre se despedían con las olas rompiendo a sus pies.
Había muchas, muchas mujeres. Gaviotas sin alas llorando su amargura y su
temor. Carminda lloraba abrazada al patrón Antão, un hombre recio, de esos
hombres que no lloran por fuera.
«Tragedia, tragedia, una tragedia... es la muerte...
teman, huyan del mar».
Gritaba la anciana que vivía junto a la playa de Aguçadoura, la que leía el futuro en las
caracolas. Pero aquella era una tierra de pescadores, nadie huía del mar – las
turbulentas aguas mantenían una atracción forzosa.
Ese día, Carminda no cenó. Se acostó temprano y colocó
una caracola en la almohada para escuchar el rumor del mar, para ver si desde
lejos llegaba la voz de Pedro, no fuera a ser que necesitase ayuda...
(...)
Despunta un nuevo día. La ropa se balancea en el
tendedero. La Tía Carminda extiende la ropa limpia de sus hombres. Cosas
sencillas: calzones y camisas de lana a cuadros; chalecos de castorina[1]
encascados con corteza de sauce, y con cordones hechos con tanza; capuchas de
lana; pantalones de paño negro con cinta de hiladillo que se aprieta en los
tobillos... hay también por allí, uno o dos camisones blancos con bordados
llamativos, con las marcas poveiras
de la familia, dibujos de barcos y anclas. El viento coge fuerza. La ropa se
tambalea hacia un lado y luego hacia el otro, anunciando la borrasca.
Levanta el dedo que mojó con su lengua y siente que el
frío viene del sur, pero luego sopla del este o del noreste… Se le acelera el
corazón, el presentimiento de una madre nace en el alma y se precipita en la
sangre. No reza por cabezonería, pero mira al cielo para ver si hay algo más
allá de las nubes. El patrón Antão camina de un lado a otro a la orilla del mar
– como un pez que se asfixia en tierra. Observa el viento y frunce el ceño,
aquellas nubes negras no traen buenos presagios, hasta las gaviotas están
cobijadas en el arenal sin levantar el vuelo. No le gusta lo que ve, se pone
nervioso con la cerrazón en el horizonte – la experiencia de muchos años en la
mar le ha concedido corazonadas que siempre lo salvaron, a él y a sus hombres.
Ayuda a los que todavía se disponen a zarpar, pero siempre advierte que sería
mejor que esperaran un día más.
«Eh, patrón Antão, si fuese usted, ¿se quedaría en
tierra...?» No, probablemente, no. Por eso ni siquiera responde. No quiere que
piensen que se está haciendo viejo y que tiene la valentía mermada.
«¡A la mar!», gritan. Hace fuerza, ayuda a empujar las
barcazas que van a capturar rayas. Hace fuerza para que vean que aunque se
quedó en tierra eso no significa que sea menos válido. Empuja. Empuja. Pero en
su frente no resbala el sudor, son gotas de lluvia – la madre del temporal.
Empuja, empuja, mientras piensa para sus adentros que lo mejor sería que estos
hombres esperasen uno o dos días más, pero ya no dice nada. Tiene miedo de lo
que puedan pensar. Se queda bajo la lluvia, con el corazón en un puño, pero no
dice nada. «¡Que sea lo que Dios quiera!...»